s el orgullo de nuestra flota, y no le faltan motivos para ello. El buque de proyección estratégica L61 Juan Carlos I es el mayor de toda la historia de la Marina española; y también el más moderno. A partir de ahora, su presencia será imprescindible en la mayoría de las misiones internacionales de nuestras Fuerzas Armadas.
Mayor que dos campos de fútbol
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Gran parte del enorme poderío de la Armada estadounidense reside en los llamados buques de clase Wasp: sus navíos para operaciones anfibias, que permiten intervenir con rapidez en una situación de emergencia trasportando a la vez tropas de asalto y efectivos aéreos a cualquier zona de conflicto. Por tanto, una de las piezas fundamentales que faltaban para modernizar la Armada española era contar con una unidad de estas características.
Fue en 2003 cuando se dio luz verde al proyecto para construir dicho buque: el L61 Juan Carlos I. Es casi idéntico a los modelos americanos, hecha la salvedad de que este es algo más pequeño (tiene una eslora de 230 metros por 32 metrosde manga, mientras que sus parientes estadounidenses tienen una media de 250). Pero el concepto es el mismo. Una auténtica fortaleza flotante, una mole de 27.000 toneladas, tan larga como dos campos y medio de fútbol consecutivos, y tan alta como un edificio de diez plantas. De su cubierta de 202 metros por 32 metros cubierta despegan tanto aviones como helicópteros, y en cuyas entrañas puede transportar blindados, lanchas de desembarco e infantes de Marina.
Técnicamente, el Juan Carlos I no es un portaviones en el sentido estricto del término, sino algo más complejo: un buque de asalto anfibio. ¿Qué significa esta expresión? Que su misión principal será transportar tropas para un desembarco con la cobertura aérea necesaria. Pero en la práctica, también podría operar solo como portaviones, si se diera el caso de que nuestro único barco de esa categoría, el Príncipe de Asturias, estuviese fuera de servicioEl buque contará con una dotación fija de alrededor de 243 personas, entre personal de a bordo y pilotos. Pero tendrá también capacidad para transportar hasta 1.200 efectivos, y espacio para evacuar, además, a unos mil refugiados. Esto convierte el L61 en un pequeño microcosmos humano.
Un mundo de obligaciones y deberes castrenses, pero en el que, a pesar de esta característica bélica, son necesarias unas comodidades mínimas para hacer más soportable la dureza de las misiones. Por eso, el portaaviones Juan Carlos I cuenta también con un gimnasio, una cafetería, una clínica odontológica propia y una sala de proyecciones cinematográficas.
Es, además, un buque creado para economizar. Ha sido fabricado con una aleación especial de metales, gracias a la cual pesa menos de lo que sería propio para un navío de su tamaño, y derivado también de ello consume alrededor de un 20 por ciento menos de fuel, sin que esto afecte para nada a su velocidad y prestaciones.
Para lograr que este gigante del mar sea hoy una realidad han sido necesarios 360 millones de euros, más diez millones de horas de trabajo y otras
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Gran parte del enorme poderío de la Armada estadounidense reside en los llamados buques de clase Wasp: sus navíos para operaciones anfibias, que permiten intervenir con rapidez en una situación de emergencia trasportando a la vez tropas de asalto y efectivos aéreos a cualquier zona de conflicto. Por tanto, una de las piezas fundamentales que faltaban para modernizar la Armada española era contar con una unidad de estas características.
Fue en 2003 cuando se dio luz verde al proyecto para construir dicho buque: el L61 Juan Carlos I. Es casi idéntico a los modelos americanos, hecha la salvedad de que este es algo más pequeño (tiene una eslora de 230 metros por 32 metrosde manga, mientras que sus parientes estadounidenses tienen una media de 250). Pero el concepto es el mismo. Una auténtica fortaleza flotante, una mole de 27.000 toneladas, tan larga como dos campos y medio de fútbol consecutivos, y tan alta como un edificio de diez plantas. De su cubierta de 202 metros por 32 metros cubierta despegan tanto aviones como helicópteros, y en cuyas entrañas puede transportar blindados, lanchas de desembarco e infantes de Marina.
Técnicamente, el Juan Carlos I no es un portaviones en el sentido estricto del término, sino algo más complejo: un buque de asalto anfibio. ¿Qué significa esta expresión? Que su misión principal será transportar tropas para un desembarco con la cobertura aérea necesaria. Pero en la práctica, también podría operar solo como portaviones, si se diera el caso de que nuestro único barco de esa categoría, el Príncipe de Asturias, estuviese fuera de servicioEl buque contará con una dotación fija de alrededor de 243 personas, entre personal de a bordo y pilotos. Pero tendrá también capacidad para transportar hasta 1.200 efectivos, y espacio para evacuar, además, a unos mil refugiados. Esto convierte el L61 en un pequeño microcosmos humano.
Un mundo de obligaciones y deberes castrenses, pero en el que, a pesar de esta característica bélica, son necesarias unas comodidades mínimas para hacer más soportable la dureza de las misiones. Por eso, el portaaviones Juan Carlos I cuenta también con un gimnasio, una cafetería, una clínica odontológica propia y una sala de proyecciones cinematográficas.
Es, además, un buque creado para economizar. Ha sido fabricado con una aleación especial de metales, gracias a la cual pesa menos de lo que sería propio para un navío de su tamaño, y derivado también de ello consume alrededor de un 20 por ciento menos de fuel, sin que esto afecte para nada a su velocidad y prestaciones.
Para lograr que este gigante del mar sea hoy una realidad han sido necesarios 360 millones de euros, más diez millones de horas de trabajo y otras
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