Guerras Cántabras
Guerras Cántabras, campañas bélicas llevadas a cabo por las legiones romanas contra los últimos focos de resistencia de los indígenas hispanos —cántabros, astures y galaicos—, entre los años 29 a.C. y 19 a.C. y que supusieron el total sometimiento de la península Ibérica a Roma. La decisión de someter a estos pueblos del norte peninsular fue tomada por el emperador Augusto obedeciendo a razones de prestigio personal y de control de la riqueza en hierro y oro de la zona, si bien también debieron influir en la decisión las frecuentes incursiones de estos pueblos en el llano en busca de recursos con los que sobrevivir.
Se combatió desde el Miño hasta los Pirineos y el año 27 a.C. el propio Augusto dirigió en persona las operaciones al mando de no menos de siete legiones y sus correspondientes tropas auxiliares —en torno a 70.000 soldados—, delegando pronto en los generales Antistio y Carisio. Los romanos rodearon la cornisa cantábrica de campamentos legionarios y atacaron en tres columnas simultáneamente: por el este, desde Segisamo (Sasamón, Burgos) hasta la zona cántabra, donde la flota romana desembarcó por la retaguardia; por el centro desde Asturica (Astorga) hacia el Bierzo y Asturias; por el oeste, desde Bracara (Braga) hacia Galicia. Los indígenas resistieron heroicamente aprovechando la difícil orografía (batallas de Aracillum, Mons Vindius, Bergidum, Mons Medullius, Lancia) hasta sucumbir en el 25 a.C., siendo los supervivientes vendidos como esclavos en las Galias. Sin embargo, con Augusto ya en Roma, hubo nuevos levantamientos en el 24 a.C. y en el 22 a.C., teniendo que acudir su yerno Agripa, el cual les venció en el 19 a.C.
Para evitar nuevas rebeliones fueron dispersados, esclavizados en las minas o asentados en el llano, donde tres legiones les vigilaron en un principio, pese a lo cual durante el reinado de Nerón (54-68) hubo un conato de revuelta.
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Guerras Cántabras, campañas bélicas llevadas a cabo por las legiones romanas contra los últimos focos de resistencia de los indígenas hispanos —cántabros, astures y galaicos—, entre los años 29 a.C. y 19 a.C. y que supusieron el total sometimiento de la península Ibérica a Roma. La decisión de someter a estos pueblos del norte peninsular fue tomada por el emperador Augusto obedeciendo a razones de prestigio personal y de control de la riqueza en hierro y oro de la zona, si bien también debieron influir en la decisión las frecuentes incursiones de estos pueblos en el llano en busca de recursos con los que sobrevivir.
Se combatió desde el Miño hasta los Pirineos y el año 27 a.C. el propio Augusto dirigió en persona las operaciones al mando de no menos de siete legiones y sus correspondientes tropas auxiliares —en torno a 70.000 soldados—, delegando pronto en los generales Antistio y Carisio. Los romanos rodearon la cornisa cantábrica de campamentos legionarios y atacaron en tres columnas simultáneamente: por el este, desde Segisamo (Sasamón, Burgos) hasta la zona cántabra, donde la flota romana desembarcó por la retaguardia; por el centro desde Asturica (Astorga) hacia el Bierzo y Asturias; por el oeste, desde Bracara (Braga) hacia Galicia. Los indígenas resistieron heroicamente aprovechando la difícil orografía (batallas de Aracillum, Mons Vindius, Bergidum, Mons Medullius, Lancia) hasta sucumbir en el 25 a.C., siendo los supervivientes vendidos como esclavos en las Galias. Sin embargo, con Augusto ya en Roma, hubo nuevos levantamientos en el 24 a.C. y en el 22 a.C., teniendo que acudir su yerno Agripa, el cual les venció en el 19 a.C.
Para evitar nuevas rebeliones fueron dispersados, esclavizados en las minas o asentados en el llano, donde tres legiones les vigilaron en un principio, pese a lo cual durante el reinado de Nerón (54-68) hubo un conato de revuelta.
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