martes, 20 de octubre de 2009

HISTORIA MILITAR ANTIGUA: ALEJANDRO MAGNO



Conquistador de origen macedonio, hijo de Filipo II. Sucedio a su padre y bajo su mando unifico militarmente a Grecia luego de doblegar a Tebas. Emprendio una serie de conquistas sin parangon por lo cual es recordado a lo largo de la historia como uno de los mas grandes estrategas militar de todos los tiempos. Extendio su avance hacia el Asia Menor y conquisto Persia al derrotar al rey Dario III y ocupar la Mesopotamia. Hacia el este en la costa mediterranea, Tiro, Sidon y Fenicia cayeron bajo su dominio, mas tarde tambien Egipto fijando las fronteras de su reino en la frontera Libia. En su avance hacia el oriente llego hasta los confines de la frontera con la India y el Pamir. Su vida fue relativamente breve murio en Babilonia a los 33 años.
Alejandro Magno - Escultura helenica"La Persia había tenido siempre como de poca importancia política a la Grecia europea, que apenas ocupaba tanto como una satrapía, pero las expediciones que emprendió para subyugarla le mostraron las condiciones militares de este pueblo; entre sus fuerzas, había griegos mercenarios, que eran reputados como las mejores tropas, y no vacilaba en ocasiones en dar el mando de sus ejércitos a generales griegos y el de sus escuadras a capitanes de esta nación; en las convulsiones políticas porque fue pasando, tomaron parte los soldados griegos, ya por uno, ya por otro de los jefes, y estas operaciones militares, que en un momento obtuvieron resultado, revelaron a la perspicacia de estos guerreros mercenarios la debilidad política del Imperio y la posibilidad de llegar a su centro. Después de la muerte de Ciro en el campo de batalla de Cunaxa, se demostró, por la inmortal retirada de los diez mil, bajo Jenofonte, que un ejército griego podría abrirse paso hasta el corazón de la Persia. Aquel respeto a las dotes militares de los generales asiáticos, tan profundamente impreso en el ánimo de los griegos por las grandes empresas del puente sobre el Helesponto, y la cortadura del istmo del monte Athos por Jerjes, se había perdido en Salamina, en Platea, en Micala, y el saqueo de las ricas provincias persas había llegado a ser una tentación irresistible. [...] Al cabo Filipo, rey de Macedonia, proyectó renovar estas tentativas bajo una organización mucho más formidable, y con más grandioso propósito; intrigó para ser nombrado capitán general de toda la Grecia, no con objeto de hacer una mera correría en las satrapías asiáticas, sino con el de derribar la dinastía persa en el mismo centro de su poder. Asesinado en medio de sus preparativos, le sucedió su hijo Alejandro, joven entonces, y que fue unánimemente aclamado en una asamblea general celebrada por los griegos en Corinto; ocurrieron disturbios en Iliria, y Alejandro marchó con su ejército hacia el Norte, hasta el Danubio, para apaciguarlos; durante su ausencia, los tebanos y otros conspiraron contra él, y a su vuelta tomó Tebas por asalto, degolló seis mil de sus habitantes, vendió como esclavos treinta mil, y arrasó la ciudad. La sabiduría militar de este severo castigo fue patente en sus campañas asiáticas, pues, ninguna revuelta se produjo a su retaguardia. En la primavera de 334 antes de J. C., cruzó el Helesponto y pasó al Asia; su ejército constaba de treinta y cuatro mil infantes y cuatro mil caballos, sin llevar consigo más de setenta talentos en dinero. Marchó directamente sobre el ejército persa, que, por todo extremo superior en número, le aguardaba en la línea del Gránico; forzó el paso del río, derrotó al enemigo y obtuvo como fruto de su victoria la posesión del Asia menor y todos sus tesoros. El resto de aquel año lo empleó en la organización militar de las provincias conquistadas. Mientras tanto, Darío, el rey persa, había avanzado con un ejército de seiscientos mil hombres, para impedir el paso de los macedonios a la Siria; en los desfiladeros de Isso se libró la batalla, y los persas fueron de nuevo derrotados, siendo tan grande la carnicería, que Alejandro y Ptolomeo, uno de sus generales, atravesaron un barranco sobre los cadáveres del enemigo; se cree que los persas perdieron más de noventa mil infantes y diez mil jinetes. El pabellón real cayó en poder del conquistador, juntamente con la esposa y varios hijos de Darío. La Siria fue de este modo añadida a las conquistas griegas. En Damasco se encontraron las concubinas de Darío, sus principales oficiales y un vasto tesoro. Antes de aventurarse en las llanuras de la Mesopotamia para un combate decisivo, quiso Alejandro asegurar su retaguardia y sus comunicaciones por mar, dirigiéndose al Sur por la costa del Mediterráneo y sometiendo las ciudades a su paso. En su discurso ante el consejo de guerra celebrado después de la batalla de Isso, dijo que no debía perseguirse a Darío sin haber sometido a Tiro y haber arrebatado a la Persia el Egipto y Chipre, puesto que si la Persia conservaba los puertos de mar, podría llevar la guerra a la misma Grecia, y que era por tanto de absoluta necesidad para ellos la soberanía del mar; con Chipre y Egipto en su poder no temía por la Grecia. El sitio de Tiro le invirtió más de medio año, y para vengarse de esta dilación, hizo crucificar más de dos mil prisioneros; Jerusalén se rindió de grado, y en consecuencia fue tratada con benignidad; mas el paso de los macedonios hacia el Egipto fue detenido en Gaza, cuyo gobernador persa, Betis, hizo una defensa obstinada durante dos meses, siendo al fin asaltada la plaza, pasados a cuchillo diez mil hombres, y el resto, con sus mujeres e hijos, reducidos a cautiverio; el mismo Betis fue arrastrado vivo alrededor de la ciudad, atado a las ruedas del carro del vencedor. Habían así desaparecido los obstáculos; los egipcios, que odiaban la dominación persa, recibieron al invasor con los brazos abiertos; este organizó el país según sus propios intereses, dando todos los mandos militares a oficiales macedonios y dejando el gobierno civil en manos de los egipcios. Mientras se efectuaban los preparativos para la campaña final, emprendió un viaje al templo de Júpiter Ammon, que estaba situado en un oasis del desierto de Libia, (Siwa), a una distancia de doscientas millas. El oráculo le declaró hijo de aquel dios, que bajo la forma de una serpiente había seducido a su madre Olimpia; una concepción inmaculada y una genealogía divina eran cosa tan corriente y bien recibida en aquel tiempo, que cualquiera que se distinguía entre los demás hombres, era tenido como de un linaje sobrenatural. [...] Cuando Alejandro expedía sus cartas, órdenes y decretos, se titulaba, pues: «Alejandro, rey, hijo de Júpiter Ammon», inspirando así un respeto a los habitantes de Egipto y Siria que difícilmente podría lograrse ahora. Los libre-pensadores griegos, sin embargo, daban a este origen sobrenatural su verdadero valor, y Olimpia que, por supuesto, conocía mejor que nadie los detalles del caso, acostumbraba a chancearse diciendo que deseaba que Alejandro cesase de confundirla con la mujer de Júpiter. [...] Asegurado todo en su retaguardia, volvió Alejandro a Siria y dirigió hacia el Este la marcha de su ejército, que constaba entonces de cincuenta mil veteranos. Después de cruzar el Éufrates se mantuvo próximo a las colinas de Masia, para evitar el intenso calor de las más meridionales llanuras de la Mesopotamia, procurándose de este modo forraje más abundante para los caballos. En la orilla izquierda del Tigris, cerca de Arbela, encontró al gran ejército de un millón cien mil hombres, que había traído Darío desde Babilonia. La muerte del monarca persa, que siguió pronto a su derrota, dejó al general macedonio dueño de todo el país comprendido entre el Danubio y el Indo, y aún alguna vez se extendió hasta el Ganges. Los tesoros de que se apoderó exceden a todo encarecimiento; tan sólo en Susa encontró, según dice Arriano, cincuenta mil talentos en dinero. El militar moderno no puede contemplar estas campañas maravillosas sin admiración; el paso del Helesponto, el del Gránico, el invierno invertido en la organización política del Asia Menor; la marcha del ala derecha y el centro del ejército a lo largo de la costa del Mediterráneo, en la Siria; las dificultades de fortificación vencidas en el sitio de Tiro, la toma de Gaza; el aislamiento de Persia de la Grecia; la absoluta exclusión de su escuadra del Mediterráneo; la represión de cuanta intriga se imaginó para sobornar a los atenienses y espartanos, y que con tanto éxito habían empleado siempre los persas; la sumisión de Egipto; otro invierno invertido en la organización política de este país venerable; el movimiento convergente de todo el ejército desde las orillas de los mares Rojo y Negro a las salitrosas llanuras de la Mesopotamia, efectuado en la primavera siguiente; el paso del Éufrates, con sus orillas pobladas de sauces llorones, por el cortado puente de Tapsaco; el del Tigris; el reconocimiento nocturno antes de la grande y memorable batalla de Arbela; el movimiento oblicuo y ataque del centro enemigo, maniobra repetida muchos siglos después en Austerlitz; la enérgica persecución del monarca persa, empresas son que jamás han sido sobrepujadas por ningún capitán de tiempos posteriores."

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